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EL JUICIO A FRINÉ

El juicio oral ya existía en la Antigua Atenas

En el sistema legal de la Antigua Atenas no había abogados profesionales, estaban prohibidos por el temor de que las personas hábiles en el arte de la oratoria pudieran sugestionar al jurado. Las personas tenían que defenderse a sí mismas. Cuando las mujeres eran las acusadas, podían requerir el servicio de un “orador” que las representase. Este fue el caso de Friné, una bellísima hetaira acusada del delito de “impiedad”.

Dicho delito consistía en no respetar los ritos que se debían realizar a los dioses. Junto al atrevimiento de compararse con la misma diosa Afrodita.

“Friné fue acusada ante un tribunal por un amante despechado llamado Eutias, por supuestamente hacer burla de los misterios de Deméter y hacer actos de sacerdotisa en nombre de Afrodita. Eutias exigía la pena de muerte para la hetaira”.

En la Atenas de aquel tiempo regía la justicia popular. El tribunal estaba compuesto por ciudadanos elegidos por sorteo y las partes debían defenderse a sí mismas, de acuerdo con la Ley de Solón.

Para los atenienses, el mejor sistema de descubrir la verdad entre dos personas era poniendo a una frente a la otra, dejando que cada una contara el asunto a su manera, aportando las pruebas que considerasen relevantes, sin permitir que un tercero interviniese. A esta metodología la denominamos hoy careo.

Al jurado al que nos hemos referido lo denominaban Heliea y estaba compuesto por 6000 ciudadanos, aunque normalmente sus miembros variaban según los temas a tratar. Para un proceso privado solían ser 201, pero cuando era público su número variaba de 501 a 1501. Todos eran elegidos por sorteo.

Aquello debía ser inmanejable, se dirán ustedes. Debía de serlo, pero era la consecuencia del ejercicio de una democracia libre y directa. En detrimento del sistema hay que aclarar que la actividad de defensa era un puro ejercicio de elocuencia por el que se trataba más de conmover que de convencer.

Y como no todos los que tenían problemas legales habían nacido con el don de la oratoria, solían contratar los servicios de los logógrafos jurídicos, antecedentes directos de los actuales abogados, quienes, tras estudiar los casos, les daban forma y redactaban un discurso que luego, sus clientes, los memorizaban para exponerlo ante el jurado popular.

La acusación contra Friné era de las más graves que se podían articular contra nadie. La hetaira lo sabía muy bien. El gran filósofo Sócrates se vio obligado a suicidarse por una acusación similar.

Friné no se llamaba realmente Friné, ese era su “nombre artístico”. Su verdadero nombre era Mnesaréte, que significaba “conmemorando la virtud”. Pero debido a la tez amarillenta de su piel le pusieron el mote de Friné (sapo).

Esta mujer nació en el año 371 a. C. y se supone que inspiró a Apeles, el pintor, su obra “Afrodita emergente, saliendo del mar”, y al escultor Praxíteles -amante suyo- que la tomó como modelo para su estatua de Afrodita de Cnidos, seducido por su impresionante belleza.

Dada su complicada situación, Friné pidió ayuda a su amigo y amante Hipérides -uno de los mejores oradores del momento- para que la representara ante el Areópago.

A pesar de que Hipérides se preparó a fondo y de que fue una de las mejores intervenciones de su vida, no consiguió convencer al jurado con su conmovedor discurso.

Por ello se vio obligado a utilizar un último recurso, su “bala de plata”. O dicho de otro modo, el “plan B”.

Hipérides miró al jurado. Friné estaba de pie junto a él, cubierta con una vestimenta ligera, y en un momento dado, sorpresivamente, desnudó a Friné ante sus señorías.

El impacto debió ser brutal, teniendo en cuenta que el jurado estaba compuesto sólo por hombres.

“El defensor agregó que ese cuerpo tan perfecto solo podía haber sido creado por la misma Afrodita y que acabar con él sería traicionar a la propia diosa. Todos quedaron tan maravillados que no dudaron en declararla inocente”.

En realidad, se trataba de un recurso legal extremo: los griegos creían firmemente en la Kalokagathia (lo bello es bueno), como una verdad absoluta. Su base era que, si algo era totalmente bello, era imposible que pudiera albergar maldad alguna. Y funcionó.

Esta historia ha inspirado diversas obras de arte, desde pinturas (como la que acompaña éste post) hasta esculturas. Incluso poetas como Charles Baudelaire, Francisco de Quevedo y Rainer Maria Rilke escribieron pensando en ella, el francés Camille Saint-Saëns creó una ópera que lleva su nombre, “Friné”, y el italiano Mario Bonnard dirigió una película sobre ella, “Friné, cortesana de Oriente”.

📌 Existe otra versión sobre el desenlace del juicio, en la cual Friné, con toda su ropa puesta, habla con cada uno de los miembros del jurado y los convence de su inocencia.

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